Autor: Mariano Díaz Sánchez
http://playfutbolnet.blogspot.com.es/2014/02/trinche-carlovich.html?m=0

Encontré al Trinche Carlovich tripudo, con la cara ancha y colorado como un tomate. Sentado en una triste silla de madera atendía con una pequeña sonrisa a mis preguntas. De vez en cuando daba un sorbo de una cerveza helada que le trajo el dueño del local. Me respondía como si estuviese hablando de la vida de otro.

 

Tomás Felipe Carlovich es hijo de unos emigrados yugoslavos que llegaron a la Argentina tras la tremenda crisis del 29. Nació en 1949 en Rosario, una ciudad dura en aquellos tiempos difíciles . Tenía seis hermanos más y un hambre constante que mataba a base de pelota. Aquel era un jugador potrero, de los que tienen tierra en los bolsillos.

 

Poco a poco, partido a partido, fue creciendo su leyenda. El mito de un chico desgarbado de procedencia indeterminada del que Pekerman y Maradona han llegado a decir que fué el mejor futbolista argentino de la historia, y eso es mucho decir.

 

Sin embargo Carlovich, medio cuento, medio verdad, no era capaz de mantener una disciplina. Solía llegar tarde a los entrenos y , según dicen, gustaba mas ir a pescar que practicar con sus compañeros.

Su timidez, su silencio elegido, fueron capaces de agrandar la figura de este futbolista elegido por el fútbol para convertirse en una estrella.

 

A pesar de las muchas, grandes y ciertas historias que se cuentan sobre él, nunca llegó a jugar en un grande y apenas disputó partidos en la primera división argentina. Se quedó en Central Córdoba, un equipo pequeño donde se supo apreciar mejor su fútbol de zurda y talento parado.

 

Vivió una época extraña en el balompié argentino. Los equipos comenzaron a apostar por el físico. Los fisios se hicieron con el control de los entrenamientos y no querían a un jugador indisciplinado y lento como el Trinche.

 

A pesar de una carrera con altibajos, a pesar de no ganar grandes sueldos, Carlovich siempre tuvo el respeto del mundo futbolístico y el cariño de las aficiones que llenaban los estadios para verle jugar. Hasta un día de 1974 en que la vida le dió la oportunidad de vengarse del fútbol profesional.

 

La selección de Argentina se preparaba para el mundial del 74, por ello decidió hacer una gira por el pais para enfrentarse a distintos equipos. Llegó a la ciudad de Rosario donde disputaría un encuentro contra un equipo formado por los mejores jugadores de la ciudad. Entre ellos, por supuesto, estaba Trinche Carlovich aunque en ese momento estuviera jugando en segunda.

Pitido inicial. Comienza un baile de jugadas gloriosas con Carlovich como director de orquesta. Un pase, una asistencia, un regate tras otro y llama la atención del seleccionador argentino que preguntaba por ese numero 5 que venía de segunda y les estaba rompiendo en dos. Los rosarinos dieron un baño tremendo a aquella selección y terminaron ganando por 3 a 1. Ya tenía el Trinche su pequeña venganza vital.

 

Sin embargo, los años pasaron. Carlovich pasó por un par de equipos mas y se despidió el año 1986 del fútbol con 37 años.

 

A pesar del mito, ahora Tomás Felipe Carlovich camina con torpeza, acaba de salir de una operación de cadera que le ha dejado cojo. Es consciente de que no volverá a tocar una pelota de fútbol ni para jugar con sus nietos. Cuando le pregunto por aquello de que prefería pescar a entrenar lo desmiente, pero lo desmiente muy bajito, como si no estuviera muy convencido.

– ¿ Qué darías, Trinche, por volver a tener 20 años?- le pregunto.

De repente está roto. Se le humedecen los ojos, se pone un poco mas colorado y con la voz destruida me dice:

– “Todo, lo daría todo.”-

Se levanta de la silla con lágrimas en los ojos y se marcha de la sala quizá pensando en las 30.000 personas que corearon su nombre el día que un equipo de rosarinos greñudos venció a Argentina capitaneados por un tipo al que le gustaba más jugar a fútbol que ser un profesional del fútbol.

 

 

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