“Y en tu errante camino encontrarás sombra siempre que lo transites mirando hacia abajo, camina hacia adelante admirando el horizonte aunque su imagen no te devuelva el paisaje deseado. Existe un motor que impulsa al cuerpo y se llama alma, su combustible se erosiona: ilusión más utopía… Persigue siempre tus sueños incluso aunque mientras andes cambien su color, puede que no sean ellos los que se alejan de ti, sino que eres tú, a cada paso como hombre nuevo que te moldeas como arcilla en tus propias manos”
Aquel consejo lo atesoraba en su memoria como una herencia. Cada ciertos pasos, le gustaba detenerse, mirar a su alrededor, respirar profundo alimentándose de esa vida que se cocía a su paso, repasar estas palabras y seguir.
Llevaba piedras como equipaje, de formas irregulares, cepos sin vida que yacían en sus bolsillos a modo de recordatorio: cada tropiezo, cada error, cada desazón cogía una -la más cercana a sus pies- y la conservaba. Sabía reconocerlas y recordar lo que representaban, jugaba con ellas, aprendía… Pero no todo era amargo! Cuando los momentos bonitos adornaban su vida, ese día escogía una flor y la dejaba volar con el viento, entendía que su valor era inmenso, pero ya había sido parte suya y debía seguir su camino para embriagar de sí a alguien más, lo mejor de aquello lo guardaría en su memoria… En cambio sus piedrecitas, no las cargaba como una culpa, sino como quien carga sus libros, y aprendía de ellas cada vez que las miraba, sabía que un día se convertirían en algo mejor… No pesaban, alimentaban su viaje, lo mantenían vivo desde él hacia los demás, y quien transita en la memoria de los otros nunca está ausente, y su afán era el del alquimista: La eterna juventud, vivir para siempre…
Y ese viaje ha sido su vida, y ese hombre no es uno sino que somos todos, y si atesoramos lo bonito, y sin renegar de lo malo simplemente aprendemos de ello, nuestra vida será un viaje rico y asombroso y nuestro paso por ella nunca pasará desapercibido.
