Sobre las iglesias de Lalibela, de Etiopía:
No recuerdo exactamente a quién le oí decir que cuanto más remoto sea un destino más posibilidades tenemos de encontrar en él rincones curiosos. Lo cierto es que lo desconocido siempre nos sorprende, nos atrapa en un manglar de sensaciones que a nadie deja indiferente. No se ha de tener en absoluto ningún miedo a descubrir aquello que el conocimiento nos tiene vedado por su lejanía o su extrañeza.
Un destino muy especial en este sentido, remoto y exótico a la vez, es la sorprendente Lalibela. Situada en el norte de Etiopía, a 675 kilómetros de Adís Abeba, es la segunda ciudad santa del país (tras Aksum). Lleva el nombre del rey y emperador Gebra Maskal Lalibela, quien reinó en Etiopía entre los siglos XII y XIII. Un hombre santo para la iglesia ortodoxa y que se encargó en vida de construir el auténtico motivo de nuestra visita.
Al llegar hasta aquí los habitantes de esta ciudad monástica tienen por costumbre recibirte con un ritual turístico casi sagrado. Una enorme sonrisa precede a una agradable conversación que en el cien por cien de los casos desembocará en algún momento en las Iglesias de Lalibela, una serie de templos rupestres tallados en la roca y que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.
– ¿Viene usted preparado para agacharse? – lanza nuestro interlocutor en un pequeño intervalo de la charla
La pregunta queda ahí como suspendida en el aire. Casi nunca hay respuesta por parte del sorprendido receptor, ya que de nuevo la enorme sonrisa de los habitantes de Lalibela se cuela en medio de los hombres a modo de brazo extendido que te empuja a conocer este lugar. Descubrir el porqué de aquel interrogante tan solo es cuestión de tiempo.
En total son once iglesias que han convertido a Lalibela en algo así como la Petra de África. Cuenta la leyenda que fueron talladas durante el día por el rey de Lalibela y por los ángeles durante las noches. Esta historia parece perderse en algún recoveco de la memoria durante el viaje hacia las mismas, pero vuelve poderosa una vez que te colocas frente a cualquiera de los templos. Algo así solo puede ser producto de una cohorte celestial, sin duda.
A pesar de sus más de ocho siglos de historia, los edificios aparecen como congelados en la piedra. Se hallan dispuestos en dos grupos separados por el canal Yordanos en medio de la ciudad y conectados entre sí por una intrincada red de túneles, a excepción de la Iglesia Bet Goyorgis, separada un poco del resto para ser contemplada con mayor deleite.
Lalibela es como una nueva Jerusalén del siglo XIII. La gente sale hacia la calle desde sus casas redondas y mira con extrañeza a los turistas que se agolpan ensimismados ante las iglesias. Para ellos el hecho de estar en uno de los rincones sagrados más importantes de África tiene la misma trascendencia que para nosotros ver el sol cada día. Aquellos muros centenarios transportan en sus piedras el asombro de los que hemos de agacharnos para descubrirlos.