La manera en que seamos capaces de combinar el afecto y la autoridad, será un pilar fundamental para el desarrollo emocional y de la personalidad de nuestros hijos e hijas.

Las normas de cada hogar son las reglas generales sobre cómo se deben hacer las cosas. Y los límites, aquello que determina un punto que no se puede o no se debe sobrepasar.

Tener conciencia de la importancia que tienen estos factores, va a ayudarnos a establecer las normas para que nuestros niños y niñas crezcan sintiéndose seguros y para que puedan construir su propia identidad, es decir, conociendo donde terminan sus deseos y donde comienzan los de los demás, que será uno de los aprendizajes más importantes para la convivencia y para saber relacionarse en el futuro.

Pero, ¿ por qué tienen los niños las rabietas? El niño tiene la necesidad de “medir” lo que puede hacer y lo que no, distinguir hasta donde llega su voluntad. Y las necesita para darse cuenta de que las cosas no siempre son como queremos.

Sino se produjeran estas pataletas, no serían capaces de aprender a tolerar la frustración, y esto podría causar sentimientos constantes de enfado, mayor probabilidad de depresión o incluso no ser capaces de reaccionar ante cualquier problema a lo largo de la vida.

Por eso debemos entender que las rabietas, como cualquier otro proceso madurativo, son necesarias para crecer, y si lo que queremos es que nuestros niños y niñas sean personas felices y emocionalmente estables en la sociedad, debemos comprender la naturalidad de las mismas.

Ahora bien, ¿cómo hacer para poner límites de forma coherente?

En ocasiones son los sentimientos que tenemos los adultos los que interfieren en nuestra capacidad de establecer un límite en la conducta de nuestros hijos: la culpa, la pena… son emociones que como adultos debemos saber dejar al margen porque no nos ayudan en la ardua tarea de educar. Y si somos coherentes con lo que decimos y lo que hacemos, estos sentimientos dejarán de atormentarnos.

Algunas pistas para poner las normas y límites podrían ser las siguientes:

Hay que hablar con los niños, y decirles lo que deben hacer y lo que no.

Suelen funcionar mejor los reconocimientos de las acciones positivas que regañar constantemente, ya que esto último produce la “impermeabilización” de la conciencia de nuestros pequeños.

Cuando el niño sobrepasa un límite, la consecuencia debe estar prevista con antelación. Cuando no lo tenemos pensado solemos perder la paciencia o ponernos nerviosos, llegando a amenazar con cosas que son exageradas o que no vamos a llegar a cumplir nunca, lo cual no rectificará la conducta de nuestro hijo.

La consecuencia debe ser inmediata y ajustada a la madurez del niño.

Las normas deben ser elaboradas por los responsables de la crianza de los niños, y compartidas por todos ellos para que tengan sentido.

En cualquier caso, conocer estos procesos, saber que son normales y naturales, siempre es tranquilizador. Así como tomar como natural que los adultos también nos equivocamos, y que podemos (y debemos) pensar cada situación, hablarlo con otras personas (profesores, especialistas, otros padres en nuestra situación), y tomar nuevas decisiones. El arte de educar al niño, es algo dinámico y no tiene una receta, pero el sentido común es nuestro gran aliado.

Verónica Huete

veronica huete

http://educacioninfantilpanconchocolate.blogspot.com.es/

 

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