¡¡Qué tema!!

Yo elegí hablarlo a calzón quitado, crudo y sistemático. No me guardé nada de lo que creo saber, ni reparé en buenos modales y/o vocabulario moderado, sólo porque así lo indicarán las buenas costumbres. Aclarado esto, imagino, en algún caso, podré llegar a ser despedazada virtualmente. ¡Corro el riesgo! ¡Porque hay que hablarlo!

Vuelvo. La verdad es que decidí, como dije, no guardarme nada y menos esperar a que preguntara ¿Y si para cuando preguntaba ya era demasiado tarde? ¿Y si lo que preguntaba no alcanzaba a exigirme toda la información que necesitaba?

Ante la duda, decidí apurarme y contarle… ¡Todo!

Aunque por el momento no tenía motivos reales y concretos para creer que corría riesgos, nunca faltaba la ocasión para sacar “EL TEMA”. O tal vez, yo me lo inventaba ¡No sé! Solía surgir viajando en colectivo, esperando a que nos atendiera el dentista, mientas se vestía para ir al colegio y hasta en la cola del supermercado. Era cuestión que un pensamiento (de sospechosa índole) rondara mi cabeza, para empezar el ping-pong de preguntas y respuestas, las clases teóricas y hasta algún gráfico o gesto que asegurara la INFALIBLE comprensión. ¡Sin importar el lugar! La prioridad era que estuviera informada.

Entonces, de acuerdo a ese pensamiento inoportuno que me acechaba – en realidad, más que pensamiento era un temor- según ese temor, era la pregunta.

-¡Mica! ¿Cada cuánto menstrúa una mujer regular?

-¿Cuáles son los órganos del aparato reproductor masculino? ¿Y los femeninos?

-Los métodos anticonceptivos son …

Hay que reconocer que me ponía molesta -y ella más que yo- pero por diferentes motivos y de diferentes maneras. Y cuando ya creía que le había explicado todo -mentira, sentía que nunca sería bastante- ¡Apareció el novio! Ahora la cosa se complicaba ¡Tenía que explicarle a los dos!

La otra verdad es que no me importaba qué pensaba la familia del novio respecto a la forma de educar a mi hija en temas de sexualidad. Y por ser el hijo, novio de mi hija, venía a estar involucrado en las clases-charlas-sermones improvisados en las veredas, mirando vidrieras o esperando las empanadas en la rotisería. De todos modos, y por suerte, nunca recibí un llamado. No hubiera sido muy amable mi respuesta.

El caso es que un día, no tan lejano, de aquellas clases-charlas-sermones, mi hija me puso al tanto de su nueva vida de “adulta”.

Se podría pensar que con todo lo hablado, preguntado, explicado, graficado y gesticulado, ya sabía bastante como para arreglárselas solita, bueno no, solita no, que podían arreglárselas juntos, y saber manejarse con seguridad y cuidado, dentro de esta nueva vida de “adultos”.

¡No! Me había concentrado en la ardua tarea de explicarle el “conocer, reconocer, prever, cuidar etc.” en un tema tan complejo y rico. Pero no había reparado en un tema… ¡¡¡Fun-da-men-tal!!! ¡El placer! Y ahí comenzó la segunda etapa. Aunque debo decir que en esta ocasión, fui cien por cien discreta, correcta y ubicada. Habíamos entrado en otro terreno y en esto se ponía en juego la plenitud de su vida adulta y sexual. Y con eso, no se arriesga ni se improvisa. Por eso, lo primero que le pregunté fue:

– ¿Alcanzaste un orgasmo?
Epílogo:

Sobrevivió psicológicamente a una madre no-sexóloga, tiene una vida sexual activa y plena, sigue interesada en aprender más sobre el tema, construyó y sostiene una pareja estable. Planifica su maternidad.

Fabiana Galar

– Bibliotecaria – madre – no sexóloga – argentina.

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