La apuesta de Fox para estas Navidades es un biopic de raíces bíblicas que en lo visual parece haber cogido prestados los renders desechados del “Ágora” de Alejandro Amenábar y que cuenta la épica historia de Moisés a la hora de liderar el éxodo del pueblo hebreo hacia su tierra prometida de Canaan tras 400 de años de esclavitud y sometimiento como mano de obra de los faraones egipcios a las orillas de la desembocadura del Nilo.

Christian Bale, que empezó con apenas 10 años de la mano de Spielberg en “El imperio del sol” y más recientemente ha encarnado a Batman en la aclamada versión de Christopher Nolan luce aquí un inexplicable y cambiante ‘look’ – en ocasiones más propio del siglo de Oro que del periodo hitita, y cuyo repentino envejecimiento de la última secuencia resulta inexplicable – su actuación tiene más apoyaturas en el Espartaco de la época romana que en el rol histórico de Moisés. A su favor juega su gran presencia física, pero ésta se acaba imponiendo a la actoral. Prácticamente su papel ocupa todo el metraje, sin embargo, pese a medio cumplir no convence del todo, su liderazgo espiritual sobre todo el pueblo hebrero tienes que tragárterlo te guste o no aunque no te lo cuenten ya que queda reducido a un par de secuencias inverosímiles y sin el menor brío.

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Su primo Ramsés, interpretado por Joel Edgerton, arranca con fuerza en el primer tercio del filme pero pronto comienza a desinflarse resultando plano hasta el aburrimiento.

Ben Kingsley da la sensación de que pasaba por ahí y en él no dejas de ver una versión de su propio Ghandi dolorosamente envejecida
Incluir a Sigourney Weaver como reclamo en los créditos es una triquiñuela comercial de muy malas artes, a lo mucho suelta dos frases y sale en tres planos.Tal es la desilusión que provoca su mínimo papel que la única alegría que proporciona es justamente reencontrarse en esas dos frases con la voz que la dobla en castellano, la de la gran Maria Luisa Solá.

María Valverde no imprime carácter ni aporta nada mas allá de un buen puñado de euros a su cuenta bancaria; su papel como mujer de Moisés es anécdota pura, un playback de gestos anodinos que simulan un mal calco de los de Yvonne de Carlo en la versión de los años 50 dirigida por Cecil B. DeMille . La protagonista del spot de este año de la casa Freixenet no da señales de saber aprovechar la oportunidad de trabajar en una superproducción, su interpretación en Exodus no es en nada prometedora de ninguna carrera internacional posterior.
Resulta curioso que Ridley Scott venga de trabajar con Penélope Cruz y Bardem en su ultima pelicula “El consejero” y ahora repita con una actriz española e incluso ruede exteriores en nuestro país.
Solo un irreconocible John Turturro, como padre de Ramsés, logra crear un personaje de cierto impacto entre tanta sencillez de guión, el cual parece estar creado como relleno de un fastuoso storyboard en cuya reproducción fidedigna se ha empleado mas interés que en lograr un resultado dramático cohesionado. Exodus es una película en la que por empeñarse en deslumbrar (sin éxito) en lo visual, falla estrepitosamente en todo lo narrativo
Todo huele a mucho recorte en el montaje, y uno da por hecho que en el Blu-ray sin duda se duplicará la duración del metraje de acuerdo a una inédita versión del director en lugar de la impuesta por el estudio.

Desde un punto de vista exegético, la película discurre en convergencia con los libros del Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento (Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio) pero en clara divergencia con la Torá.
La Historia ha considerado a Moisés como el autor cuatro de los libros del Pentateuco, el Deuteronomio, que trata de su muerte, tradicionalmente se atribuye a su hermano Josué, su mano derecha militar.
De los tres hijos de Jacob, esclavo judío en Egipto 15 siglos antes de Cristo, solo se puede inducir que fuera Moisés quien supiera escribir, al ser el único que recibió educación para ser faraón. Aaron y Josué pudieron aprender a hacerlo en su éxodo, pero en cualquier caso, mucho más tarde que Moisés. El retrato que la película hace de sus hermanos es de mera comparsa y apenas les otorga diálogo.

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Para el judaísmo más ortodoxo, reflejado en la Torá, Dios pronunció primero los Diez Mandamientos simultáneamente y después repitió cada mandamiento por separado a cada uno de los hebreos. Según esta visión, los Diez Mandamientos habrían sido dirigidos a todos los judíos en singular.
Sin embargo, la película sostiene la idea de que Dios dictó el contenido literal de los mandamientos a Moisés en un acto de revelación verbal, y Ridley Scott se queda ahí, no entra a valorar si la Torá fue o no redactada a partir de distintas fuentes, ni siquiera la menciona a pesar de tratar la huida de Egipto de los hebreos como eje central y base de la historia.
Los hebreos son presentados como meros esclavos y no parece que al guionista le interese lo mas mínimo complicarse definiendo en absoluto la base teórica del judaísmo como religión. De hecho Abraham, patriarca primigenio del judaísmo, es mencionado una única vez.
No obstante, históricamente el éxodo de los judíos ni siquiera figura documentado en los tiempos de Ramsés como faraón, sino con su hijo Meneptah al frente de Egipto, y solo hasta 40 generaciones después de Moisés comenzaron los hebreos a poblar Canaan, tras los primeros asentamientos previos en el monte Sinaí.

Cuando haces una película basada en textos como el Antiguo o el Nuevo Testamento es probable que no todos reconozcan cada uno de los nombres propios y episodios, pero sí saben como va a desarrollarse hasta el final por lo tanto o aportas algo nuevo o te quedas con lo que ya sabes,y para eso ya está perfectamente hecha las versiones previas en blanco y negro y en technicolor de Cecil B. DeMille, incluso la de animación que los estudios de Disney realizaron con canciones interpretadas por Whitney Houston y Mariah Carey a finales de los 90 con el nombre de “El principe de Egipto”
Aquí la única invención radica en presentar a un Dios con la apariencia de niño de 5 años, pero ese efecto sorpresa acaba por diluírse en la segunda de sus múltiples apariciones en pantalla, al que para más inri, si se visiona la película en castellano, han dotado de un irritante doblaje, hecho que se repite y resulta especialmente notable en el caso de la mayor parte de los secundarios de la película.

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Los efectos especiales dejan un sabor tan agridulce y tan incompleto, que crees que al final al abrirse las aguas (de lo que debería ser el río Jordan y resulta que es nada menos que las costas atlánticas de Fuerteventura) todo va a ser un festín visual y resulta que ni siquiera ahí hay atisbo de nada espectacular y te quedas con una sensación de épica pretendidamente grandiosa pero que ni emociona ni deslumbra, un film que absolutamente no hacía falta rehacer y en el que por lo visto se han gastado la friolera de 130 millones de euros. Algunos entusiastas ya han considerado la batalla inicial como un prodigioso ejercicio de cine de acción y gran presupuesto, en mi opinión, rodarla a menos de 24 fotogramas por minuto es un truco muy manido para recrear la sensacion de una secuencia grandilocuente y evitar costes en decorados y vestuario ya que difícilmente el ojo humano percibe mas allá de una frenética acción.

Las secuencias de las plagas bíblicas habrán costado millones pero no suponen ninguna novedad con lo que ya se ha visto en cualquier película de la saga The Mummy protagonizada por Brendan Fraser, y de eso ya han pasado cerca de 10 años….
La fotografía de Dariusz Wolski se repite e imita a sí misma a través de grandes planos abiertos filtrados con un efecto de supercontraste y poseen mucho de un tono gris que evidencia mucho el abuso durante el rodaje del ‘chroma key’ y conduce a que todo, incluyendo el mismo cielo, produzca siempre una constante de irrealidad.

Nada o bien poco hay aquí de la maestría dinámica y la profundidad moral del Ridley Scott de “Gladiator”, por citar un ejemplo comparable en temática y recursos de su reciente cinematografía – no hablo ya de su clásico “Blade Runner”.
Sus últimos trabajos “Prometheus” y “El consejero” ya anunciaban un más que aparente declive. Exodus si acaso enlaza mas bien con su obra mas intrascedente, la de filmes tales como “El reino de los cielos” y desde luego marca muy clara la tendencia actual de los estudios de Hollywood a la hora de abordar la temática bíblica, un enfoque que conecta con la reciente y estéril “Noé” de Aronofsky, supeditando la trama a una presunta espectacularidad visual y desterrando del planteamiento global toda mínima densidad conceptual.
Por otro lado, que firme el guión Stephen Zaillian, autor de la adaptación de “La lista de Schindler” de Spielberg, es, como mínimo incomprensible también. Ni una sola secuencia memorable, ni una sola frase para la eternidad.
El tratamiento de los personajes desde el punto de vista del guión resulta más allá que esquemático, insospechadamente infantil. No hay talento actoral que los remonte.

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Alberto Iglesias, prodigioso en colaboraciones tanto con nuestros Julio Medem o Pedro Almodóvar como con otras producciones internacionales como “El topo” o “El jardinero fiel”, es el responsable de componer la música, y sin embargo el resultado también suena a remake, de tópico score faraónico. Además hay en su partitura tanto regusto a Hans Zimmer que uno no entiende por que Ridley Scott ha renunciado esta vez a su compositor de cabecera para poner a Alberto Iglesias por primera vez al frente de la música de una de sus películas. Se hace aqui muy evidente que su talentosa personalidad musical se diluye cuando trabaja para grandes superproducciones.

En definitiva, 155 minutos de película que no hacía ninguna falta hacer, si bien su rodaje entre Canarias y Almería algún bien debe haber repercutido a nuestra economía, carente de profundidad discursiva, con ritmo débil fruto de un montaje muy presionado por la rentabilidad de las salas de exhibición, realmente floja en lo narrativo, y demoledoramente plana a nivel interpretativo.

 Raúl Nuevo
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