Y UNA COSA LLEVA A LA OTRA…

Anoche tuve un sueño curioso y ahora me arrepiento de haber rociado con colonia barata a mi psicóloga por darme de alta antes de hora. Soñé que Pilar Rahola y Alicia Sánchez-Camacho medían sus fuerzas en una espectacular lucha de barro con público incluido y anuncios de refrescos light alrededor del ring. Al ritmo de “Another One Bites the Dust”, las dos combatientes empezaron arrojándose el fango tímidamente, pero terminaron abalanzándose la una sobre la otra y tan pringadas que ya no se podía distinguir quién representaba al PP y quién representaba a vete tú a saber qué.
Como experiencia visual bizarra no estuvo mal, pero eché de menos un poco de consistencia dialéctica. Y eso estaba yo reflexionando en mi sueño cuando, de repente, entre la primera fila de público descubrí al rey campechano sentado junto a su hijo, el rey enrollado y, al otro lado, Ana Botella con peineta y mantilla, un señor con peluca fumando “Peter Stuyvesant” que resultó ser Santiago Carrillo y un jovencito a quién, a pesar de una tímida barba, identifiqué como Joselito. Entonces, el realizador de mi sueño, poseído por el espíritu de Valerio Lazarov, enfocó al Pequeño Ruiseñor y tras un vertiginoso zoom, éste se convirtió en el Pequeño Nicolás; pequeño como el boomerang Nicolás Sarkozy, Nicolás como el zar sanguinario.
Me desperté del susto y estuve a punto de presentar una denuncia en la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Les Corts contra el Little Nicky ibérico por allanamiento de morada, nocturnidad y alevosía, pero llevaba puesta la sudadera de “Azul, verde o marrón, un cabrón es un cabrón” que hace años me trajo mi tío Minguet como souvenir de Arrasate y no me pareció apropiado visitar a las autoridades vestido de esa guisa. Ni tampoco me daba la gana ponerme otra cosa para no ofenderles, pues no soy de los que se cambian fácilmente de chaqueta. Experimenté lo que en catalán llamamos un “atzucac”, que es como un callejón sin salida, pero con una sonoridad más exótica, a lo indígena sudamericano.
Volviendo al Pequeño Nicolás, aunque ya no es tan pequeño y ahora parece que prefiere que le llamen “Francisco”, éste chico, si dice la verdad (que a mí me da que un poco, sí), redunda en la profunda vergüenza ajena que yo ya sentía respecto al estilo cazallero del gobierno y, si miente (que también puede ser), el chico, sin duda alguna, es el paradigma de la expresión “La IMAGINACIÓN al PODER”.
Por su juventud y lo aparentemente increíble de su modus operandi y sus logros, la historia de Francisco (el presunto usurpador de identidades, no Su Santidad) me recuerda a la del personaje que interpretaba Leonardo Di Caprio en “Atrápeme si puedes”, sólo que aquí, de momento, parece que no hay fraude demostrable y dudo que ningún agente secreto al servicio de Hacienda-somos-todos-menos-unos-cuantos-intocables fuera tan persistente, al menos sin ir a comisión.
Otra diferencia entre Nicolás y Di Caprio, aparte de que no acabo de ver al primero subido a la proa del Titanic junto a Kate Winslet (en todo caso puedo llegar a imaginármelo al lado de la vicepresidenta del Gobierno sobre un barco político que hace aguas por mucho que la tripulación asegure que saldrá a flote), es la tremenda capacidad del personaje de ficción para disfrazarse y meterse en el papel de diversas personalidades. Como el inspector Clouseau o Mortadelo, pero sin darse de hostias y siempre rodeado de las mujeres más bellas, con perdón de la oronda dominatrix Ofelia.
Desde siempre ha habido maestros del disfraz, impostores, charlatanes, timadores, embaucadores, escapistas, ilusionistas, falsos hidalgos y lazarillos dispuestos al sablazo. Ya en la guerra de Troya, los griegos les colaron a los troyanos un enorme caballo de madera con sorpresa en su interior que, siglos después, sirvió de inspiración a Kinder para conquistar a los más pequeños con un aparentemente inocente huevo de chocolate, el cual se recomienda abrir mientras se tararea el “Que Sera, Sera (Whatever Will Be, Will Be)”, aunque los hay que prefieren “Mi gran noche” de Raphael como banda sonora de obertura.
Genio o loco, o loco genio, el pintor Salvador Dalí también hizo gala ante Gala, válgame la redundancia, y el resto del mundo de su particular fantasía a la hora de engalanarse estrafalariamente y provocar al respetable con su surrealismo allá donde iba, como el día que dio una conferencia en Londres ataviado con un traje de buzo. Le tuvieron que quitar el casco, tras lo que respiró con avidez y dijo: “quería demostrar que me he sumergido profundamente en la mente humana.”
Tampoco parecía importarle un pito lo que pensaban los demás al jugador de básquet Dennis Rodman cuando lucía sus 2’01 metros enfundados dentro de un vestido de mujer o a Lady Gaga cuando dibuja signos de interrogación-barra-admiración en el rostro de los fans con sus prendas y peinados imposibles. Y un capítulo aparte merecería la colección de personajes en los que David Bowie se ha ido convirtiendo, literalmente, a lo largo de su larga carrera, con Ziggy Stardust como máxima expresión de la esquizofrenia creativa. También podría mencionar alter egos hispánicos, como El Chaval de la Peca, Chikilicuatre, Doña Croqueta o el Señor Barragán, pero me da un poco de palo mezclar en un mismo párrafo al Duque Blanco con estos personajes de dudoso garbo. ¡Uy, ya lo he hecho!
Para terminar, no querría pasar por alto la enfermedad del mimetismo o mimetitis aguda que se manifiesta en rarísimos casos, como el del personaje que interpretaba Woody Allen en “Zelig”, un señor muy peculiar que llamaba la atención pública debido a sus constantes apariciones en diferentes lugares con distintos aspectos y junto a importantes personalidades de la época, como destacados políticos y empresarios. ¿Habrá visto la película del hombre camaleón el pequeño Nicolás? Dudas, dudas…

Víctor Peté

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