La primera potencia mundial en la carrera espacial, los Estados Confederados del Sur (EE CCOS), llamado España hasta 2025, está a punto de marcar un hito en la historia de la cosmonáutica. Lanzará por primera vez una nave tripulada con la doble misión de viajar y explorar en un tiempo récord el planeta extrasolar Excelsius con el fin de obtener nuevas fuentes de energía. La nave EcoHispania IV no sólo se aventurará a ir más allá de nuestro sistema solar si no que lo hará desafiando las leyes del tiempo y el espacio convencionales internándose en teleautopistas conocidas como agujeros de gusano intergalácticos.
La explotación de la plataforma petrolífera en las islas Canarias durante ocho décadas consecutivas, los sucesivos gobiernos y políticas impulsados por los partidos y movimientos de ciudadanos Lo conseguiremos (Locos), Sólo juntos avanzaremos (Sojuav), Nuestras ideas suman (NI+), Trabajemos por el futuro (TxF) o El futuro es progreso (F=P) han hecho posible que EE CCOS despuntara y acabara imponiéndose en el campo de la investigación y aplicación tecnológica y científica aeroespacial. Avances que han redundado al mismo tiempo en una mejora significativa en la calidad de vida de sus habitantes.
A día de hoy es un país rico y avanzado que disfruta de una de la rentas per cápita e índice de bienestar y felicidad más elevados de Europa, superando incluso desde 2095 al supergigante asiático integrado por China e India. Los Emiratos Árabes y Arabia Saudí que, una vez extraída la última gota de crudo a finales de 1970 y 1980 respectivamente, compiten en la carrera espacial destinando el remanente de su riqueza nacional en viajar a otros planetas y hallar energías alternativas más limpias. Rusia y EE UU constituyen las dos potencias que mueven y entretejen los meridianos y paralelos del mundo al acaparar la mayor riqueza de petróleo y renta por persona. Aunque registran también las tasas más elevadas de criminalidad y suicidios dentro del conjunto de países desarrollados.

En EE CCOS los puestos de trabajo de largas jornadas que requieren mano de obra son cubiertos íntegramente por robots manuales especializados en lugar de por inmigrantes. Gracias a la implantación de programas software y de inteligencia artificial punteros de alta eficacia los beneficios económicos obtenidos de este modo se reparten entre el sector empresarial, los estados confederados y sus ciudadanos que dejaron de estar obligados a cotizar en la seguridad social desde el año 2088. Desde su nacimiento, los ecosureños perciben una renta vitalicia y un par de robots personales. Mientras un humanoide atiende los quehaceres domésticos, el segundo se encarga de entrenar y potenciar su talento natural y capacidades psicoemocionales y sociales. Las baterías ultraligeras de recarga solar instantánea con las que funcionan la robótica y un sinfín de aparatos de uso cotidiano así como el transporte rodado y aéreo individual y de pasajeros son fabricados a partir del grafeno, un material muy versátil, de múltiples cualidades y usos que, tras abaratarse en los últimos años, corre el peligro de desaparecer. Incluso la aeronave EcoHispania IV, que está a punto de despegar, se mueve gracias a él. Y lo contiene en su interior y superficie. En sus huesos y músculos livianos y flexibles pero duros, doscientas veces más resistentes que el acero y capaces de autoregenerarse; en su piel, poros, cerebro y neuronas que conducen con la máxima eficacia y rapidez el calor y la electricidad. Lleva grafeno hasta en el corazón mismo que lo propulsará en dirección a nuestra Vía Láctea.

Desde la madrugada del veintiséis de octubre cientos de miles de ecosureños se agolpan tras la alambrada de la estación del Instituto Espacial Surconfederado (IES) para contemplar, fotografiar y grabar de primera mano la que constituye una hazaña sin precedentes en la historia de la navegación sideral. La primera misión tripulada Éxodus I, con destino al exoplaneta Excelsius. El planeta fue descubierto por el equipo de astrónomos del IES dirigido por el astrofísico Celso Ramírez a través de Lumen, el mayor telescopio óptico del mundo, cuando el planeta transitaba frente a una estrella que lo hizo visible. Con la puntuación ESI de 0,9, Excelsius está clasificado dentro de la Zona Habitable y, por tanto, se presume que pudiera o ha contenido alguna vez agua en su superficie.

Los siete astronautas llegan a las diez de la mañana, hora peninsular, en un vehículo aéreo a la explanada del desierto de Almería Los Áridos donde antaño se rodaban películas espaguetis-western. El termómetro marca 33 grados. Al salir del coche para dirigirse a la rampa de entrada de la nave nadie distingue al par de mujeres astrofísicas de los dos hombres exobiólogos envueltos como van de pies a cabeza con monos de color beige. Pero los dispositivos personales de los asistentes capturan al instante los movimientos coordinados algo ralentizados de los tres robots humanoides que aparecen a cara descubierta y vestidos con ropa más ligera y ajustada. Los tres son reproducciones que corresponden a un mismo prototipo de varón, sólo que llevan injertos de pelo de diferente color. Las mujeres jóvenes suspiran al contemplarlos a través de sus potentes zooms o de una de las cuatro pantallas gigantes instaladas en el recinto. Podrían pasar perfectamente por un bello trío de galanes de cine. Pero éste no es el papel que están llamados a desempeñar en la misión Éxodus I. Se han concebido y preparado para poder ver en la oscuridad, soportar las extremas temperaturas y condiciones medioambientales de Excelsius, explorar su territorio profundamente abrupto y desgajado por la constante actividad volcánica y recoger muestras de sus rocas de hielo, polvo y minerales. Todo ello con la esperanza de hallar y poder extraer en un futuro próximo minerales con los que producir nuevos materiales y energías más limpias para la atmósfera de la Tierra y seguir avanzando en la robótica, la ciencia y la tecnología. Tras reiterados fracasos de misiones anteriores realizadas alrededor de nuestro sistema solar, el viejo sueño acariciado durante décadas de encontrar la huella silenciosa de vida bacteriana parece que se haya desvanecido. Pero aunque a priori resulte remota constituye una posibilidad que late de nuevo en los corazones e imaginación no sólo de los ciudadanos sino de los científicos cada vez que el hombre se aventura a explorar el espacio.

Una calima densa y marrón colorea una vez más el cielo aunque está despejado de coches. La gente ha respetado la prohibición de volar esta mañana. Un sol justiciero incide contra la superficie de la nave y curte un día más el polvo del desierto. A las 10:59:50 segundos las cuatro pantallas gigantes anuncian al unísono el comienzo de la cuenta atrás recogiendo un primer plano de la base de lanzamiento y EcosHispania IV. La tribuna elevada agradablemente refrigerada donde se sitúa la sala de prensa es ahora un hervidero de actividad y voces que trasladan información e imágenes en directo y simultáneamente a cualquier punto del planeta.
A las once la nave, desprovista de cohetes y lanzadera, se alza puntual en el aire a unos 140.000 km por hora escupiendo por unos instantes un zumbido sordo y una fina estela de arena y calor por encima de una vorágine de cabezas, cámaras de periodistas y corresponsales y dispositivos personales. Y ante el silencio admirativo de una multitud de ojos expectantes EcosHispania IV atraviesa como una flecha supersónica un ovillo de nubes arenosas encaminándose hacia la Luna y luego al corazón de la Vía Láctea desde donde podrá llegar a Excelsius, su destino final.

Recorren en menos de tres días los 384.400 km que distan de la Tierra a la Luna. Y sin dejar de orbitar, la astrofísica sevillana, Rocío, pone en marcha el radiotelescopio electrónico mientras sus compañeros observan y analizan los datos que va arrojando la pantalla sobre la magnitud y frecuencia de ondas electromagnéticas que irradian las estrellas más próximas. Constatan con gran alivio que aquella zona está libre de agujeros negros y, en consecuencia, no existe el riesgo de ser atraídos y engullidos por su fuerza gravitatoria. Registraba la máquina los últimos resultados cuando Gorka, el integrante más joven de la tripulación, señala con el dedo el punto exacto de una estrella que acaba de morir. Precisamente allí, en el cuerpo celeste que emite la señal más débil y el parpadeo más perezoso de la constelación que rodea a nuestro satélite natural, tomarán la primera teleautopista que les conducirá hasta la Vía Láctea, a unos 27.000 años luz de distancia. Un salto de titanes directo al futuro más remoto que jamás hubiera imaginado pisar algún día el ser humano. Lo más parecido a experimentar el infinito y su abstracción. Pero antes es de vital importancia recoger y conservar las coordenadas de la posición exacta que ocupa en el cielo aquella estrella recién extinta. Al comportarse igual que un agujero de gusano artificial, tendrían que volver a pasar por ella pero entrando por el otro extremo para regresar de nuevo al tiempo presente.

Xavier, el exobiólogo más alto y fornido, se sienta en la cabina de pilotaje y se encarga de virar y dirigir la nave hacia la primera teleautopista. El resto de la tripulación, incluidos los robots trillizos, se acomoda en sus respectivos asientos y manteniéndose bien firmes y pegados al respaldo, accionan el mecanismo del equipo de seguridad personal. Los seis quedan encerrados casi al mismo tiempo en una cápsula anatómica transparente capaz de soportar la intensísima radiación inducida procedente del medio interestelar y amortiguar impactos producidos a velocidades superiores a la velocidad de la luz sin inflamarse, deformarse ni sufrir rasguño alguno. Como un rayo de grafeno EcoHispania IV se encamina directa hacia el ombligo de la estrella muerta. Un instante antes de penetrar en ella, Xavier pulsa el botón del mecanismo de protección individual y suelta los mandos de control.

La nave es atraída violentamente hacia el horizonte externo del cuerpo estelar dando un vuelco al desviar inesperadamente su trayectoria. De pronto cae en el horizonte interno por un extremo del agujero girando y acelerándose de un modo tan vertiginoso e instantáneo que la tripulación tiene ahora la impresión de que se ha detenido. Pero en realidad viaja a una velocidad imposible de precisar superior a la suma de la velocidad de la luz y del sonido. Los cuatro astronautas humanos permanecen expectantes, concentrados pero también azorados. Sus pupilas pavorosas, náufragas buscan la luz del cielo cuando de repente sus ojos, burbujas y la propia nave se colman con la extraordinaria visión de un destello luminoso cercano tan vivo y colosal como una galaxia incendiada de soles. Y son por espacio de unos segundos espectadores mudos de la fascinante historia de la creación del Universo. Pero el viaje ni el tiempo se detienen. Entran ahora en un agujero de gusano negro. Lo saben porque van a una velocidad aparente mucho mayor y se dirigen hacia afuera. Dentro del gusano el flujo del espacio convencional se invierte. Un nuevo flash de radiación proyecta esta vez ante sus ojos no menos maravillados un film de ciencia ficción sobre el futuro del Universo. Siguen cayendo y al cruzar el horizonte externo de un agujero blanco, reciben el tercer reflejo luminoso que les devuelve el espejismo del viejo Cosmos y el big bang. Al final del camino, el pasado y el futuro se cruzan por unos instantes. Detrás queda el Universo original formándose y delante, un nuevo mundo copia del anterior pero con los siete astronautas planeando sobre lo que parece la Vía Láctea, rodeados de miles de millones de brillantes estrellas. ¿Pero realmente podían asegurar que se trataba de la Vía Láctea y no de otra galaxia de las millones que pueblan el Universo en constante expansión? La incertidumbre se cierne de pronto sobre sus cabezas cual espada de Damocles a punto de caer y truncar su misión y esperanzas.

Celia Hernández

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