Era increíble como podía encontrarla cada día más guapa. O era como el vino, o era que empezaba a descubrirla como persona. Esa belleza que empezaba a percibir ahora y que iba mucho más allá de un cuerpo espectacular y una cara de la que destacaba una contagiosa sonrisa y una mirada dulce pero pícara y pasional,, analítica, sincera y agradable de ver, que daba el toque definitivo a su atractivo rostro.

Le estaba atrapando. No atrapando en el sentido de un capricho, ni en el sentido de quiero una relación, ni mucho menos en el sentido de ooh no puedo vivir sin ella… tampoco en el sentido de que absorviese sus pensamientos.  Lo hacía de un modo que le sorprendía… le había despertado un instinto, un instinto protector, curioso en alguien que solo estaba acostumbrado a cuidar de si mismo;  y un instinto de amistad, en el sentido que le encantaba tenerla en su vida. Le vino un flash 3 años atrás, cuando hablando con ella, o quizá dándole la brasa (él a ella quede claro) hablando de hijos, pensó que sería una pena que ella no tuviese, ya que algo le dijo que tras esa dura fachada por momentos, se escondía un enorme corazón, y los corazones enormes merecían dar y recibir ese amor, ese vínculo, que por lo visto solo sienten madre e hijo. Y pensando en eso se acordó de que en aquel momento creyó suponer que sería una gran madre. Ahora además se daba cuenta que no solo lo sería por el amor que era capaz de dar, sino por el ejemplo que podría transmitir.

Tenía buenos valores, era leal, era estable, segura de si misma, aunque con un toque de timidez y una coraza auto protectora,  era trabajadora, era honrada, era inteligente, analítica, afectuosa,  responsable y buena amiga. Era optimista aunque dudaba que se permitiese soñar demasiado, al menos en voz alta, ya que de soñar, estaba seguro de que sus sueños eran cerrados a cal y canto y que con pocos los compartía. Y sobre todo, era especial y única.

Se podría imaginar haciendo el amor con ella, besándola, disfrutándola, pero no era lo que más deseaba, lo que más deseaba era poderla tener de amiga, de cómplice, verla feliz… Lo merecía.

Y ahora pensando en ella, en que si la veía sentía algo que le hacía vibrar para sus adentros, un instinto que había sentido más veces pero que quedaba lejano en la memoria, y deseando darle un abrazo y quizá un inocente beso, que no pudiese romper la magia de esa sensación, lo supo, por primera vez en su vida supo lo que era y entendió a ese grupo social tan numeroso,  los pagafantas. Y le gustaba haberse convertido en uno de ellos, porque lo único que rompía esa sensación mágica era conseguir a la  persona deseada… una vez conseguida, adiós magia, hola obligaciones hola rutinas, hola reproches y hola agobios.

Y volvió otra vez a ella, a su sonrisa, a su alegría … ojalá todo le fuese genial como merecía, como merecen las personas geniales.

 

 

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