Saliendo de su mansión color crema, una casa al lado de un riachuelo y frondoso bosque, un hombre ataviado con un albornoz y zapatillas de casa pasea dando tumbos. No parece importarle que esa mañana, al igual que en otras, el invierno haya escogido la nieve para colorear la calle. El frío es el invitado de las estalactitas en forma de moco que se congelan en la nariz de todos los viandantes. Sin embargo, el hombre se mira y cree llevar uno de esos abrigos de terciopelo con un sombrero de copa, elegancia inglesa sin retoques de nobleza. Dentro de la sombra del albornoz lleva un pijama de seda como los trajes de marqués que su imaginación le regala cada tarde.

En su mano derecha escoge como compañía el relato de poemas que un buen amigo como Gustavo Adolfo Bécquer puede regalarle. “Volverán las oscuras golondrinas…”verso expuesto en la mente del caminante, para el poeta un relato de amor acabado, para el loco, un canto al futuro. Quizás espere que la primavera traiga nuevos delirios sin complicaciones para su cerebro perdido.
La velocidad con la que mueve sus pasos es semejante al tiritar de la dentadura y el parpadeo del tic constante que prolonga el dedo índice de su mano. Su problema es más gordo de lo que pensábamos, no busca ni lo más fácil ni lo más aconsejable, simplemente mira lo que le rodea. De vez en cuando, no se fía de la sombra perturbadora que le persigue. “Maldita silueta” grita desesperado, “siempre intenta adelantarse, pero soy más rápido que ella”. Su objetivo está claro, ser el primero en encontrarlo, sin que su sombra u otro ser humano precisen encontrarlo antes que él.

Ha decidido salir a buscarlo, se le ha perdido, rodea las casas cercanas al bosque con nerviosismo, sin encontrar rastro alguno de él. Es verlo y el desconcierto cubre a cualquiera, ¿qué es lo que anda buscando?, ¿qué le pasa a ese hombre? Se le oye murmurar, después de diez vueltas al mismo camino, mira el reloj inexistente en su muñeca. Se para, se sienta en un banco cercano a un ciprés y sueña por un instante que es alguien normal, de esas personas que se levantan una mañana y la rutina les menosprecia la vida. “Vaya aburrimiento el de los locos que miran a la vida por secciones, por apartados vitales, qué triste, no pueden vivir sin las especulaciones sociales, sin la confirmación ética de que sus pasos son los correctos, qué pena ser así. Y luego el loco soy yo”.

Vuelve a mirar el reloj imaginario, quizás llega tarde…o quizás no llegue nunca…Pobre es la locura que le rodea. Pero él sigue hasta que se cansa y triste vuelve al psiquiátrico del que ha salido, esa casa lujosa a la orilla de un riachuelo embarrado. El hombre viste con un albornoz y un pijama, quizás nunca encuentre el sueño perdido.

Ainara García Rey

Escritora y Periodista

ainara garcia

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