“…Tengo que conseguirlo. Es mi único propósito. Realmente creo que fui diseñado para esto. Tengo que llegar. El reto está perfectamente calculado y no debe ser problema. Siempre trabajo de la misma forma. Normalmente, mediante impulsos somáticos. Tengo en cuenta varios factores: intensidad, frecuencia, duración… El músculo. Las fibras se han roto… Debo avisar. Algunos, incluso han llegado a desear que no existiera, pero eso es sencillamente porque no se han parado a considerar fríamente qué sería el cuerpo humano sin mi, sin el dolor…”
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A veces, no sin ímprobos esfuerzos, trato de realizar un ejercicio de empatía conmigo mismo. Me esfuerzo por entender el complejo funcionamiento del cuerpo humano, de mi cuerpo. Simplemente, hago el papel del dolor dentro de mi. Una mirada introspectiva algo lógica, si se me permite el término. Sólo ocurre lo que tiene que ocurrir, ni más ni menos. Es un mecanismo natural que responde a una situación de estrés muscular, óseo, etc. para evitar una lesión de mayores consecuencias. Una alerta que se dispara ante un conato de incendio y que avisa a los bomberos antes de que se produzca una catástrofe de mayores proporciones.
El dolor ya forma parte de día a día, de mi vida, como de la de muchos otros corredores de fondo, la tribu de los runners, que no pueden dejar de lado su gran pasión.
Para ganarme la vida, trabajo en un almacén durante casi 12 horas diarias, un entorno industrial que poco o nada tiene que ver con mis verdaderas aficiones. Alguien, debido a los años, conocimientos y experiencia podría considerarme un ‘senior’ o experto dentro de este mundo; sin embargo, yo podría afirmar que la mayoría de los métodos de gestión que conozco los he aprendido corriendo cada día, muy lejos de las oficinas o almacenes, muy lejos de esas aburridas reuniones o las monótonas máquinas…En las calles o en el campo…allí es realmente cuando consigo madurar y ordenar las ideas que circulan, se amontonan y luchan por salir de mi cabezota.
Actualmente, tras más de 15 años en activo como corredor amateur o popular, me considero también un ‘senior del dolor’. Puedo afirmar, con sentimientos encontrados de resignación y orgullo, que he tenido y sufrido casi todas las lesiones habidas y por haber (¡señores, no hay extremidad de mi cuerpo que no me duela!), visitando a todo tipo de profesionales médicos y adquiriendo de ellos muchos de sus conocimientos. Al final, todo se pega, menos la hermosura. Puedo afirmar, sin acritud, que mi dolor se ha convertido en fuente de ingreso para muchos de dichos profesionales de la fisioterapia y el deporte, pero, a la vez, y aquí viene lo realmente maravilloso, ha transmutado en una segunda vida hacia mí en forma de conocimiento, experiencia y sobre todo capacidad para controlar el sufrimiento. Dicha capacidad ha ido paulatinamente experimentando un crecimiento exponencial y… mi intención es que tienda a infinito. Por supuesto, aún queda mucho por hacer, pero mi disposición es justamente la de transformar todo dolor en energía positiva, al igual que una planta de reciclaje de biomasa: que los residuos vuelvan a transformarse en algo útil.
El recuerdo de situaciones en las que hemos experimentado dolor se nos graba a fuego en nuestro cerebro y permanece ahí para siempre. No se olvida. Nunca.
No hace muchos años, en una de esas pioneras y épicas carreras de montaña, tan de moda en la actualidad, me presenté sin haber entrenado específicamente para ello, cautivado por tan sugerente aventura. Los 35 primeros kilómetros me supieron a gloria, un espectáculo incomparable en un marco sin igual. Sin embargo, a partir de ese momento comenzaron las molestias en la rodilla izquierda. Molestias que al poco se convirtieron en verdadero dolor. Llevaba la mochila cargada de ansias por finalizar mi primer maratón de montaña, pero el dolor hacía que cada metro, cada salto, cada respiración fuese como una penitencia. No podía dar un paso más. Decidí caminar unos centenares de metros para después, seguir trotando, pero cuál fue mi sorpresa que al intentarlo ya no podía reiniciar la carrera. Los músculos estaban agarrotados, endurecidos, oxidados… Me maldecía por estar allí en aquellos momentos. No recuerdo realmente cómo lo hice, más por corazón que otra cosa, pero conseguí finalizar aquella prueba. Sinceramente sufrí mucho, demasiado. El dolor se apoderó de mi cuerpo y el sufrimiento de mi alma. Aquel hecho me marcó. Varias fueron las noches sin dormir pensando en el fracaso de aquella carrera. Fracaso porque no había llegado en el tiempo esperado y porque había sufrido demasiado haciendo lo que más me gustaba hacer en la vida. Y una mañana simplemente lo decidí. Y dejé de sufrir. Y elegí mi forma de vida.
Por eso, cuando me preguntan que por qué sigo corriendo si me duele, simplemente contesto: